Páginas

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 1: El Cantar del despertar


Capt.1: El cantar del despertar
Más de dos siglos han pasado desde que el viejo continente fue arrasado por la codicia de los países más poderosos del orbe terrestre. La Tercera Guerra Mundial, o, como la llaman los libros, Guerra del Génesis, trajo consigo el liderazgo del continente americano sobre los demás territorios del planeta, haciéndose amo y señor de todas las fuentes de recursos energéticos, por aquel entonces ya muy escasos. La geografía terrestre fue considerablemente modificada durante la guerra, en la que las grandes potencias 
asiático-americanas  lanzaron bombas origonucleares reduciendo a escombros ciudades como París, Berlín, Roma, Madrid y muchas otras capitales europeas. Tal fue el impacto que el océano se tragó los puertos, los acantilados pasaron a ser cochambrosas playas, los ríos más caudalosos se redujeron a meros afluentes, las montañas se tornaron llanuras, las llanuras abismos. Los supervivientes emigraron de Europa, abandonando a la cuna de la humanidad.
Años más tarde, tras la recuperación de la guerra, el imperio americano junto con su aliado asiático empezó las labores de explotación para obtener recursos energéticos que continuaran dando vida a la tecnología. Unas investigaciones llevadas a cabo  en la vertiente atlántica de la Península Ibérica revelaron a dos kilómetros de profundidad una monumental construcción hundida semienterrada en el fondo oceánico. Las investigaciones e inmersiones  se sucedieron una tras otra, sacando a tierra firme innumerables muestras y objetos milenarios. Lo que había comenzado siendo una búsqueda de energías fósiles acabó convirtiéndose en una carrera contrarreloj en la que los inversores buscaban enriquecerse con las reliquias del pasado.  Un día, durante una inmersión llevada a cabo por un equipo de investigación japonés, las máquinas de extracción submarinas tiraron de un enorme cristal ennegrecido que asomaba en la arena. Viendo que la fuerza ejercida no era suficiente, el capitán del equipo dio desde el submarino principal la orden de aumentar la potencia de las máquinas de extracción a pesar del peligro de romper el cristal. La presión de la garra metálica, lejos de agrietar o fragmentar el mineral, activó el dispositivo que éste portaba en su interior. Un fuerte resplandor proveniente del cristal iluminó las profundidades de la zona a la vez que el calor producido fundió la garra que sujetaba al incandescente prisma. En pocos segundos, cegados todos por el inesperado fogonazo de luz, los submarinos dejaron de funcionar y las máquinas extractoras pararon en seco su actividad. Los científicos, espantados por la situación, pedían auxilio a través de los radiorreceptores de los submarinos, pero sus palabras no llegaron a la superficie. El cristal irradiaba cada vez más y la presión comenzó a agrietar los gruesos vidrios de las escotillas de las naves, provocando el hundimiento de los submarinos con sus tripulantes en el interior. A medida que los minutos transcurrían, el cristal brillaba con más y más fuerza, y los barcos de la superficie no tardaron en advertirlo. Una sacudida en el fondo produjo otra sacudida y a su vez ésta produjo otra más fuerte. El fondo marino comenzó a elevarse hacia la superficie. Los barcos intentaron poner rumbo a tierra firme huyendo del peligro que les inspiraba el interior de las aguas, pero era demasiado tarde, pues el alcance de la honda del cristal había inutilizado por completo los motores de las naves y amenazaba con fundir el templado material de las quillas. El terreno marino seguía ascendiendo como si los allí presentes acudieran al nacimiento de una gran montaña, y las sacudidas aumentaban su fuerza tornándose en  terremotos que podían sentirse desde la costa. Éstos a su vez provocaban colosales olas que balanceaban los barcos hasta volcarlos y enormes remolinos que los succionaban. El cristal emergió de las aguas llevando bajo su brillo una enorme extensión de tierra plagada de antiguos edificios de mármol poblados de algas, corales y restos de buques. Las personas que estaban en la costa vieron el rojizo resplandor del ascendente prisma boquiabiertas, pero su sorpresa fue mayor cuando frente a sus ojos apareció de las profundidades la extensa isla de proporciones descomunales que pronto se vio anexionada a la costa ibérica.
Cuando las sacudidas provocadas por la emersión de la isla pararon y el mar estuvo en calma, la luz del cristal se atenuó durante unos segundos,  dejando salir seguidamente una honda expansiva luminosa que recorrió el islote entero. Los edificios erosionados y cubiertos por la flora y fauna marina comenzaron a emitir pequeños destellos rojizos parecidos a los del cristal. Las algas se secaban hasta consumirse, los corales se fundían, los peces que se habían visto atrapados en la llanura se convertían en polvo que se llevaba el viento. El yacimiento minutos antes marino relucía como el mármol, completamente impoluto, inmaculado. El cristal emitió una segunda honda que activó pequeños cristales esparcidos por toda la ciudad. Fue entonces cuando fueron vistos por primera vez, los hijos del mar. De los templos y edificios que había estratégica y matemáticamente colocados en la isla se dejaron ver hombres y mujeres de negro cabello y vigorosos cuerpos. A partir de entonces nada volvió a ser como antes.

Año 243 d. del Despertar
-¡Lander, Lander! ¡Despiértate ya!
-¿Mm? ¿Qué quieres Ilia?- dijo el chico bostezando.
-¿Cómo que ‘’qué quieres’’? ¿Ya no recuerdas qué día es hoy?- dijo algo enfadada.
-¿Eh? Pu-pues… ¡Ah, sí! Hoy empiezan las fiestas del pueblo.
-¿Y qué más?
- Y tenía que ayudarte a decorar el templo. Sí, lo recuerdo, pero ¿tan pronto?
- Lander, ¿qué hora crees que es? Ya es mediodía y todavía estás tumbado en la cama.
- ¿Mediodía? Mira que es raro que no me despertara mi hermana...
- Tu hermana lleva desde las nueve  conmigo y con mi hermano ayudando a transportar las sillas, las mesas y los adornos de la fiesta a la orilla del río.
- Yo pensaba que tu hermano iba a trabajar hoy al campo. Lo siento Ilia, anoche me acosté tarde porque estuve ayudando a mi padre a preparar el pan para hoy.
- No te preocupes, ya lo sabía. Me lo ha dicho tu hermana esta mañana. ¡Date prisa en vestirte, te espero abajo! ¡Ya verás qué bien lo pasaremos hoy! También vendrá Gadiro a ayudarnos a decorar- dijo la chica en dirección a las escaleras.
- ¿Viene Gadiro? Pero…
-¿Qué pasa?
- Que es un hijo del mar...
- No es un hijo del mar, lo era su abuela. Además, si lo fuera, ¿qué importaría? Te recuerdo que fueron los hijos del mar los que ayudaron a nuestros antepasados a devolverle la vida a Europa y a protegerlos  de la radioactividad que dejó la Génesis en toda nuestra tierra. Si no fuera por el poder de los cristales, no habríamos ni siquiera nacido.
- Ya, pero los cristales no nos permiten salir del continente.
- Tampoco permiten que los de fuera entren a masacrarnos de nuevo. Creo que es un precio justo.
- Sí, en eso tienes razón, pero no me dirás que te parece bien que nos gobiernen ellos, ¿no?
- Bueno, no es que me encante, pero hasta ahora lo han hecho bien, o por lo menos aquí, en Estiberia.
- En este país lo han hecho bien porque les convenía, porque su metrópolis está pegada al sur de nuestras tierras, pero más allá del Cinturón Piriníveo se rigen de otra manera. Mi padre dice que no gobiernan ni ellos, sino que son los descendientes de las casas adineradas que vinieron de fuera del velo protector los que lo hacen.
- ¿Quiénes? ¿Los europeos ricos que tuvieron que abandonar el continente durante la Génesis? Puede ser. Al fin y al cabo siempre ha sido suya la tierra europea, al igual que nuestra… ¡Dejemos ya de hablar de política! Cámbiate rápido, que todavía tenemos que ir a por Gadiro. ¿Me prometes que te portarás como una persona civilizada cuando estemos con él?
- Odio cuando me señalas así con el dedo y me miras como si fuera el malo más malo del mundo. Siempre he sido agradable con Gadiro, aunque me aterrorice la idea de...
- ¿De qué?- preguntó extrañada.
- De que pueda utilizar la magia esa que usan los hijos del mar para luchar- dijo sobrecogido.
- ¿Tú cuando íbamos al colegio prestabas atención? Maestro Milo decía que los hombres y mujeres nacidos de un hijo del mar y de alguien de nuestra raza nunca llegan a desarrollar ni las técnicas de combate de los hijos del mar ni su extraña magia. Tienen que ser de raza pura. Además, a Gadiro no le gusta pelear, él es más de libros. No tienes que temer que te quite la plaza que ansías en los Aprendices- dijo burlona.
- ¡Nadie me quitará MI plaza en los Aprendices! ¡Seré el mejor espadachín del pueblo! ¿Qué digo del pueblo? ¡De toda Estiberia!
-Ya, ya, ya. Lander, no te pongas de pie en la cama, a tu padre no le gusta. Lo dicho, te espero abajo. ¡No tardes más o en los Aprendices te llamarán el aprendiz de tortuga!- bajó corriendo las escaleras mientras reía.
-¡Pero..! ¡Serás…! A partir de hoy voy a darme prisa siempre. ¡Seré el mejor de los Aprendices!



Hoy en día, exactamente 238 años después de que el cristal de rojizo brillo sacara a la superficie la isla hundida, o como la llaman los ciudadanos de la nueva Europa, la isla Atlántida, la gente convive en el continente antaño arrasado con los seres que emergieron junto con la isla, los hijos del mar. Pronto estos seres superiores, muy similares en aspecto a la raza humana, comenzaron a poblar los antiguos países de Portugal y España y continuaron hacia el norte y el este, ocupando los antiguos países destruidos  en la tercera guerra mundial hasta que poblaron con sus colonias todo el territorio europeo. Gracias a su extraña tecnología basada en el uso de cristales incandescentes retiraron  la radioactividad que habían dejado tras de sí las bombas origonucleares de la Guerra del Génesis.. De manera pacífica invitaron a volver a todos los europeos que emigraron durante la batalla, ayudándolos a instalarse y enseñándoles a manejar los cristales. La gran potencia mundial intentó negociar con los hijos del mar para que éstos le proporcionaran cristales, pero se negaron. Entonces el imperio americano tomó de nuevo las armas y llamó a sus aliados de los demás continentes para que fueran a la guerra contra los hijos del mar. Los europeos temían que se repitiera la masacre de décadas pasadas y advirtieron a la raza emergida. Los jefes atlantes subieron a la cima del monte más alto de la isla Atlántida, donde se encontraba el Gran Cristal, y durante varias horas llevaron a cabo rituales en una lengua olvidada. Cuando se aproximaban a la isla los aviones bombarderos y los antiguos europeos clamaban al cielo pidiéndole ayuda al antiguo dios, los jefes atlantes pusieron sus manos sobre el cristal y de este salió una columna de luz hacia el cielo. El resplandor rojizo se esparció rápidamente cubriendo todo  el continente europeo, incluyendo los mares e islas en su abrazo protector. Los aviones no tuvieron tiempo de reaccionar y chocaron contra el velo protector, descomponiéndose en polvo al contacto con esa extraña fuerza. Desde aquel día Europa tiene una poderosa protección contra los constantes intentos de los del exterior por penetrar en ella. Gracias a los hijos del mar, Europa goza de una época de florecimiento que parece no tener fin. Gracias al cristal, atlantes y europeos conviven en paz y armonía. A cambio de aquella eterna protección, los europeos hubieron de renunciar a la tecnología que los había llevado a lo más alto y más tarde a la destrucción, puesto que toda tecnología que no fuera la del cristal quedaba inutilizada en las cercanías del velo protector y en el interior del mismo.
Con el tiempo las antiguas religiones fueron olvidadas y los antepasados de los europeos asimilaron las creencias de los hijos del mar, sus costumbres y su forma de vida, además de aportarles a los atlantes el conocimiento de la medicina mundial. Atlantes y europeos, trabajando mano con mano, devolvieron su antiguo esplendor al viejo continente, levantando nuevas ciudades y pueblos, renombrando los lugares en honor al renacimiento que había vivido la cuna de la humanidad.
En un pueblo de Estiberia, otrora España, se celebra todos los años durante el verano una fiesta en honor a la acción de los antiguos jefes atlantes honrando  el cristal del templo del pueblo. Hoy es ese día.
-          ¡Hola, Gadiro!¡Ya hemos llegado!- gritó Ilia hacia el tejado de la casa del joven.
-          ¡Perdón por el retraso! ¡Me he quedado dormido! ¡Baja y vente con nosotros!
-          ¡Ho-hola, chicos!- dijo Gadiro desde la ventana del desván de su casa- ¡Bajo en seguida!
-          ¡Bien, te esperamos!
-          ¿Parece contento, verdad?
-          Sabes lo tímido que es. Supongo que le hará mucha ilusión que contemos con él.
-          Sí, seguramente. Por cierto, ¿te sabes ya lo que tienes que decir para la ceremonia? Casi había olvidado que este año hacías tú de sacerdotisa.
-          ¡Claro que me lo sé, Lander! Llevo meses preparándome el texto que hay que pronunciar delante del cristal. Además mi abuela me ha hecho un vestido nuevo de…
-          Sí, sí, sí. No me cuentes otra vez lo de tu vestido de sacerdotisa. Mira, por ahí viene Gadiro.
-          Hola chicos, ¿cómo estáis? ¡Mirad lo que ha tejido mi madre para decorar el templo! Es el emblema de mi familia.-dijo el joven de azabache cabello mostrando las telas que llevaba en sus manos.
-          ¡Vaya, qué bonito! ¿Qué es este animal de aquí?
-          Es un hipocampo. Y veis, sujeta un tridente.
-          Yo tenía entendido que los hipocampos eran caballitos de mar, no animales con medio cuerpo de caballo y medio de delfín.
-          Lander, en la mitología atlante existe el animal que hay  en el emblema de Gadiro. Otra clase de Maestro Milo pegando cabezaditas, ¿no?
-          ¡Ay! ¡Es que desde que ayudo a mi padre en el horno duermo mal y poco!
-          Llevas ayudando a tu padre en la panadería un año, y la clase de la que te hablo tuvo lugar hace cinco, en el tercer curso de secundaria.
-          Jo, ahí me has pillado… ¡Es igual! ¡Vámonos ya, que todavía tenemos que llegar al templo y todo! ¡Aaaadelante!-  Lander comenzó a caminar señalando el camino del templo.
-          ¡Qué rápido ha cambiado de tema! ¿Has visto, Gadiro?  Ahí tienes a un futuro miembro de los Aprendices que no sabe en qué mundo vive.
-          No seas dura con él, nunca le han gustado demasiado los libros si no tratan de artes marciales o técnicas de espada.
-          Y si no llevan dibujos mostrando el paso a paso, tampoco los lee durante mucho tiempo- dijo riéndose para sí.
-          Pero qué mala eres cuando quieres, Ilia.
-          En el fondo me preocupo, pero bueno,  vamos detrás de él, que al final llegará antes que nosotros.


El Templo del Cristal se encontraba en el bosque que había cerca del río que pasaba atravesando el pueblo. Fue construido por los primeros pobladores europeos y atlantes que decidieron formar colonias conjuntamente en la península de Estiberia. Era una construcción circular de mármol con una columnata alrededor con decoración marina sobre un podio altísimo con escalinata. El interior constaba de una única sala con un altar en el centro donde se encontraba incrustado el cristal que hacía un siglo y medio habían colocado los ancestros de los pueblerinos. El sendero hacia el templo era un camino adoquinado de poca anchura que se internaba en el bosque, lleno de curvas en todos sus tramos y muy oscuro cuando el sol bajaba por el horizonte. Los altos árboles que acompañaban al sendero durante  todo su recorrido fueron plantados  en la época del Despertar, como se conoce el día en el que la isla Atlántida emergió de las profundidades, y gracias a la protección del cristal crecieron sanos y fuertes. El día del festival del pueblo los árboles eran decorados con banderines y guirnaldas de tela y flores, y el camino era iluminado con antorchas artesanales del pueblo.
-          El sendero está más bonito que nunca durante las fiestas.
-          ¿Verdad? Y lo mejor es que todos los del pueblo colaboramos juntos en darle tanto colorido. Mirad allí, ya han empezado a colgar las guirnaldas. Seguro que el cincuenta por ciento las ha hecho el taller de mi madre-  afirmó contenta la muchacha.
-          Lo que no entiendo es cómo las flores aguantan vivas durante todos los días que celebramos el festival. Ni se pochan ni se secan…
-          Eso te lo puede contestar Gadiro, ¿a que sí?
-          ¿Eh? Ah, s-sí, creo que puedo aportar algo. Hace poco leí que las flores, una vez han sido cortadas, permanecen vivas quince días, y es durante los últimos días cuando comienzan a marchitarse. Aunque claro, necesitan tener el tallo sumergido en agua.
-          Pues éstas no parecen tenerlo sumergido.
-          Deja que Gadiro acabe.
-          S-sí, tienes razón, Lander, éstas tienen el agua bastante lejos, pero lo que las mantiene frescas es el poder del cristal del templo.
-          ¿Tanto poder tiene ese cristalucho? ¡Con lo enano que es!
-          Aquí creo que puedo intervenir yo. Piensa en el Gran Cristal del día del Despertar. Él solo pudo extender su poder por todo el continente, y mira que su tamaño no supera el de tu casa. Compara Europa con el pueblo. Nuestro cristal no está nada mal al fin y al cabo.
-          Ya, si lo miras así… Somos afortunados entonces de tener el cristal.
-          S-sí,  aunque todos los pueblos y ciudades tienen un cristal propio en proporción a su extensión.
-          Gadiro tiene razón. Todos somos afortunados en ese sentido. Estoy segura de que se te había olvidado eso también, ¿verdad, Lander?- dijo burándose.- ¡Vaya, pero si te has puesto como un tomate!
-          ¡Es que eso sí lo sabía, pero me  he acordado después!
-          Jijijiji
-          ¡Iliaaa! ¡No te rías de mí!
-          M-mirad, chicos, ya hemos llegado al templo.
-          Jo, qué bonito es. Qué halo de misterio lo envuelve.
-          Pues yo lo veo bastante viejo. ¿Seguro que sólo tiene doscientos años? Parece de la época de María Castaña.
-          ¡Lander!
-          ¿¡Qué!? Es la verdad. Que a ti te guste el templo no significa que no parezca viejo.
-          L-lo que yo me pregunto es qué habrá debajo de él…
-          ¿Debajo? ¿Crees que hay algo bajo el templo, Gadiro?
-          B-bueno, si lo piensas detenidamente, el podio sobre el que está la sala principal es muy alto. No creo que rellenaran todo ese espacio sobrante con tierra. O-o puede que sí.
-          Yo lo que pienso es que deberíamos entrar ya a decorar y todas esas cosas. ¡Cuánto antes acabemos, antes podré ir a practicar un rato con la espada! Jeje
-          Y dale con la espadita, y encima te la llevas a todas partes. ¿Te hacía falta para decorar el templo?
-          Uno nunca sabe cuándo va a acechar el mal. Es mejor llevarla siempre.
-          Dudo que el mal aceche con la protección de nuestro cristal y el velo protector del Gran Cristal…
-          ¡Hermano, hermano! ¡Hola, hermanito!- dijo una niña aproximándose- ¡Qué bien que ya estéis aquí todos! ¿Has visto qué guirnalda tan bonita he hecho esta mañana en el taller de la mamá de Ilia?
Iba correteando y gritando hacia ellos una pequeña muchacha de más o menos nueve años de edad con una guirnalda de azucenas en las manos. El adorno era de tal longitud que arrastraba por el suelo durante la carrera de la pequeña niña pelirroja.
-          Hola, Luna. ¡Vaya! ¡Es realmente bonita! ¿Y la has hecho tú sola?
-          Bueno, yo solita no, la mamá de Ilia y otras mujeres del pueblo me han ayudado.
-          ¡Qué bonita tu guirnalda, Luna! Seguramente será la más bonita de todo el festival.
-          Jijiji, gracias Ilia. Si quieres puedo cortar un trocito para que te la pongas en el pelo mañana en la ceremonia.
-          ¡Me encantaría! Y además el color de las azucenas pega con el vestido nuevo que me ha hecho mi abuela. Ya verás qué bonit…
-          ¡Oh, no! Otra vez con el vestido de los coj…
-          ¡Lander!
-          ..de los colores.
-          C-creo que deberíamos empezar ya a decorar con los demás…
-          Sí, hermanito, Gadiro tiene razón. Voy al carro a por más adornos para vosotros. ¡Vengo en seguida, jiji!
-          ¡Ten cuidado, Luna, no vayas a tropezar por la escalinata!
-          ¡Qué mona es tu hermana, Lander! De mayor será la chica más guapa del pueblo, con sus ricitos rojos y…
-          ¡Será la más guapa de toda Estiberia!- dijo el chico con pose triunfante.
-          … claro, Lander.
-          ¡Alabado sea el Gran Cristal! ¿A quién tenemos aquí? Si son Lander y compañía.
-          H-hola, s-señor alcalde.
-          Hola, Gadiro, ¿cómo están tus padres? Espero que también este año nos sorprendan con sus juegos de pirotecnia.
-          ¡Buenos días, alcalde!
-          Laaaander, hombre, te diría buenos días también… ¡si todavía fuera por la mañana!- dijo el anciano golpeando al chico  con su bastón- ¡Hemos estado de plantón media hora con la esperanza de que vinieras para ayudar a llevar los bártulos a la orilla del río! Menos mal que hay más brazos fuertes en el pueblo.
-          Lo siento, señor. Me he quedado dormido, no he ido porque no quisiera. Anoche me acosté tarde y…
-          Sí, jovencito, sí. No os entretengáis más y comenzad a ayudar a decorar la cueva esta. Cada día está más viejo su mármol, como yo- bromeó el anciano.
-          ¡Ves, Ilia! El alcalde también piensa que este templo es viejo, jejeje.
-          ¡Serás..!
-          ¡Auu! ¿Tenías que darme tan fuerte?
-          Te lo has ganado. ¿Cómo está el templo? ¡Contesta!
-          Precioso, precioso, oh Ilia…- dijo irónicamente el joven.
-          Así me gusta, que pienses las cosas tal y como son. ¡Cuando entiendes las cosas te quiero más!
-          Ya, ya, cuando entiendo las cosas como tú piensas que son…
-          ¿Decías algo?
-          Oh, no, nada en absoluto.
-          ¡Lander y compañía! Venid aquí.
-          ¡Sí!- dijeron los tres al unísono.






Mientras tanto, en la isla Atántida, al suroeste de Estiberia, los actuales jefes de los hijos del mar se habían reunido en el monte del Gran Cristal para una asamblea del Consejo. Enfrente del mineral protector, aprovechando la bajada del monte hacia el valle, habían construido excavando en la montaña un pequeño auditorio al aire libre a modo de teatro griego. Los consejeros se sentaban en las gradas que bajaban hasta el círculo central, donde se encontraban las tribunas de los tres jefes. Había entre los consejeros y los jefes un hombre de pie, era el vocal encargado de dar comienzo a la reunión
-          Señores del Consejo- se giró hacia atrás- y majestades de la tierra del Gran Cristal, la reunión de hoy será en la lengua moderna que nuestros antepasados y los de nuestros hermanos europeos crearon a partir de su unión. El orden del día, como todos saben, es tratar sobre los asuntos concernientes  a las gentes del exterior del Velo Sagrado. Nos han llegado noticias desde Geliafranca y Hermania de que ha vuelto a haber un intento de incursión en sus regiones por parte del osado imperio de más allá del Atlántico. Por supuesto no han conseguido penetrar en sus tierras, pero varias unidades del ejército gelofranco aseguran que el Velo Sagrado perdió fuerza durante varios segundos y su brillo rojizo se tornó de un color más claro. Estamos hoy aquí reunidos, señores, para debatir sobre estos asuntos y otros. Es cedida la palabra al jefe del Septentrión atlante, Mestor.
El vocal se acercó al hombre que estaba sentado más a la izquierda de los tres jefes y le entregó un cetro. Era un hombre alto, de complexión fuerte. Su pelo era negro como el carbón y sus ojos claros del color de la miel. Iba ataviado con una falda de lino gruesa y larga decorada con bordados de bestias marinas. Llevaba el torso descubierto con un blasón de oricalco colgando del cuello y varios brazaletes en ambos brazos. Tras recibir la reliquia de manos del vocal se puso en pie y se aproximó al centro del círculo.
-          Saben, señores del Consejo y hermanos en el poder, que soy partidario de hablar en la lengua de los antiguos hijos del mar, la raza pura, pero respetando a los consejeros de sangre europea que hoy nos acompañan, por el poder de voz y voto que me concede este cetro, utilizaré la moderna lengua que nos hermana. El tema que nos reúne hoy es el de siempre, los intentos del imperio americano por penetrar en nuestras fronteras y robar nuestros cristales. Por lo visto en doscientos años no se han llevado suficientes decepciones por sus intentos fallidos. Y yo me pregunto, señores, ¿por qué siguen intentándolo? ¿Cómo es posible que después de dos siglos de fracasos sigan intentando tan imposible empresa? ¿Es esperanza lo que los mueve? ¿Es codicia, acaso? Considero que con la información que el vocal nos ha transmitido podemos ver claramente qué es lo que los mueve a seguir intentándolo hoy en día: el Gran Cristal se debilita, de hecho lleva dos siglos debilitándose por el afán de nuestros antepasados de repartir por todo el territorio europeo los fragmentos de cristal para la protección de nuestros hermanos. Nuestra fuente de protección se debilita y de alguna manera o de otra lo saben, por esa razón insisten en atacar el Velo Sagrado. Como señor del Septentrión de nuestra isla, opino que deberíamos atacar nosotros  antes de que consigan romper la barrera protectora. Nuestros cristales inutilizan su tecnología. Recuperemos los que nuestros antepasados esparcieron por Europa y utilicémoslos para protegernos en una ofensiva directa a su imperio. Conocemos la magia, ellos sólo las armas de fuego. Por mi parte, señores y hermanos, he acabado. Tomad el cetro, vocal.
Se oían murmullos entre las gradas. La idea de la ofensiva del jefe Mestor había calado en varios consejeros. El soberano del Septentrión volvió a su tribuna y el vocal procedió a hablar.
-          Se abre el turno de palabra para los consejeros. Levanten la mano y en orden escucharemos sus opiniones, señores- dijo alzando el cetro hacia el cielo- ¿Sí? Hable, hermano.
-          Coincido con las apreciaciones del soberano del Septentrión- volvió a tomar asiento.
-          Gracias. ¿Sí? Sí, hermano, hable ahora.
-          En efecto yo también coincido con las apreciaciones de Mestor, pero veo un peligro recuperar los cristales. Recordemos, señores, que los cristales se esparcieron porque el poder del Gran Cristal, al destinar casi todo su poder al Velo Sagrado, no era suficiente para neutralizar la radioactividad que dejaron las bombas de la Guerra del Génesis. Es cierto que han pasado más de dos siglos desde entonces, pero no podemos arriesgarnos y arrancar los cristales si no estamos completamente seguros de que la radioactividad no volverá. Es todo por mi parte, señores.
-          Gracias, hermano. Si ninguno más quiere intervenir, paso el turno de palabra a la soberana del Poniente atlante, Clitana- se acercó a la tribuna que había más a la derecha y le ofreció el cetro.
La mujer se levantó, recibió el cetro de manos del vocal y caminó hasta el centro del círculo del auditorio. Clitana era la única mujer soberana de una de las tres regiones de la isla emergida. Su hermano mayor murió cuando ella era niña, y, al no tener más hermanos varones, pasó a ser la primera jefa atlante. Era una mujer alta y delgada, con la piel muy morena. Su oscura y larga cabellera trenzada iba recogida alrededor del cuello a modo de collar, cayendo los mechones sobrantes por su espalda. Vestía una túnica de seda semitransparente de tonos rosados hasta los pies. Resultaba extraño verla portar ostentosas joyas y lujosos abalorios, y aquel día no fue distinto. Apretó el cetro en sus manos y comenzó a hablar.
-          Buenas tardes, señores del consejo y hermanos en la soberanía de esta nuestra isla. Mi opinión en los concerniente al tema es la misma que la del hermano consejero, puesto que…
-          ¡Las mujeres nunca sois partidarias de la guerra!¡La guerra es cosa de hombres!- dijo Mestor encolerizado.
-          Le ruego a mi compañero soberano del Septentrión atlante no me interrumpa y respete mi opinión, al igual que yo he hecho hace un momento con la suya. El consejero tiene toda la razón en cuanto a la radioactividad, y aún hay más: además de que retirar todos los cristales del territorio europeo, necesarios para proteger a nuestras unidades en el campo de batalla y retirar el Velo Sagrado, es muy peligroso, nos encontramos con un segundo problema, las armas de fuego.  Es cierto que nuestros cristales inutilizan su tecnología, pero las armas de largo alcance que ellos poseen nos hieren igual, puesto que no se alimentan con energía que el poder de los cristales pueda neutralizar. Si retiramos la protección de los cristales y del Velo Sagrado, el territorio europeo sufrirá el mismo destino que padeció tras la Guerra del Génesis.
Todos enmudecieron tras la intervención de Clitana. Nadie hacia ademán de querer darle la razón, aunque tampoco de quitársela. La soberana del Poniente atlante observaba a los miembros del Consejo en silencio, esperando ser comprendida, ya que sabía que su posición era la más lógica. El inconveniente de su postura, como muchos pensaban,  radicaba en que no había dado una alternativa para solucionar el problema del debilitamiento del cristal y los ataques constantes al Velo Sagrado.
-          ¿Ha terminado, hermana del Poniente?- dijo el vocal acabando con el eterno silencio.
-          Sí, hermano, tomad el cetro- se aproximó al hombre algo disgustada.
-          Si ninguno de los consejeros quiere intervenir todavía para refutar o secundar la opinión de la soberana hermana, procedo a dar voz al último de los jefes, el soberano del Austral atlante, Évenor.
El vocal se dirigió a la tribuna del centro y entregó el cetro a un hombre anciano que había sentado en ella. Évenor era el más antiguo en el cargo de los tres jefes atlantes, y de él se decía que dominaba la magia de los hijos del mar en grado sumo. Era un hombre risueño y tranquilo, con una larga barba blanca trenzada que llegaba al suelo, al igual que su canosa melena rizada. Como señal de ser el jefe más longevo portaba en su frente la corona de coral, reliquia sagrada de sus antepasados. Acostumbraba a vestir con ropajes de ciudadano, una túnica simple de algodón y un cinturón de cuero. La única manera de advertir su posición social era la corona de coral y el bastón en forma de tridente en el que se apoyaba al caminar, símbolo de su familia. Con el cetro en la mano izquierda y el bastón en la derecha  se levantó y a paso lento se dirigió al centro del círculo.
-          Ay, señora y señores míos, disculpen a este viejo arrugado, últimamente  es para mí más difícil procesar con rapidez. Ruego me concedan unos segundos- dijo con voz serena.
El anciano jefe bajó la mirada al suelo y cerró los ojos. Todos los consejeros  lo miraron con curiosidad mientras meditaba apoyado en su bastón. En cambio Mestor se desesperaba cada vez más. A él no le importaba la opinión de un viejo olvidadizo que pasaba los días leyendo y paseando. No. Y todavía le importaban menos las preocupaciones femeninas de una mujer que había llegado a su posición por falta de hermanos varones. Él sabía que lo mejor era tomar las armas y cargar contra el enemigo antes de que el otro lo hiciera contra ellos, aunque eso supusiera poner en peligro a la población civil. ‘’En la guerra hay que hacer sacrificios’’ pensaba.
-          Anciano hermano, no tenemos todo el día. Tu opinión respecto al tema, por favor- dijo el soberano del Septentrión conteniendo su furia.
-          …¿Mmm? ¡Oh! Mis más sinceras disculpas, señores del consejo. He creído estar en la hamaca de mi jardín y he olvidado que debía intervenir. Mmm, veamos…sí… ¡oh! En efecto, en efecto… sí, también…
-          ¿Y bien?-dijo el vocal extrañado.
-          ¡Contesta, anciano!- gritó.
-          ¿Eh? ¡Oh! Sí, ya contesto, querido Mestor. Verán, señora y señores, encuentro más prudente no hacer nada…
-          ¡Pero…! ¡Viejo, óyete! ¿¡Quieres decir que nos quedemos de brazos cruzados mientras los del exterior destruyen nuestra protección y nos atacan!? ¿¡Quieres que nos suicidemos!?
-          ¡Oh! ¡No, por el Gran Cristal! No quiero que nos suicidemos. Yo ya soy viejo, hermana y hermanos, pero no por ello quiero suicidarme. Con no hacer nada me refiero a que debemos esperar.
-          ¿Esperar?
-          Sí, querida Clitana. He escuchado la melodía de la salvación, y sus notas no provienen de nuestras atlantes tierras. Quien ha de servirnos como paladín contra mal que se avecina no nació en nuestra vetusta isla.
-          ¿Y quién se supone que es ese salvador, viejo?- inquirió Mestor.
-          ¿Eh? ¡Oh! Pues no lo sé, ciertamente, pero pronto lo…
-          ¡Basta de tonterías! ¡Cuánto antes actuemos, antes nos salvaremos! A mí, soberano del Septentrión, no tiene que venir nadie de fuera a salvarme.
-          Por favor, hermano, calmémonos o no llegaremos a buen puerto.-dijo el vocal-. No considero que urja tratar este tema por más tiempo. Así pues propongo que nos reunamos mañana a la misma hora habiendo pensado en una solución al problema de los continuos ataques de los del exterior. ¿Les parece bien, soberanos?
-          Espero que mañana las mentes de nuestros señores consejeros estén más lúcidas que hoy. No puedo decir lo mismo en cuanto al soberano del Austral- dijo Mestor con los ojos clavados en el anciano.
-          ¿Eh? ¡Oh! Gracias, querido Mestor- añadió sonriente mientras el soberano del Septentrión se marchaba.
Seguidamente todos los demás abandonaron el auditorio del monte escaleras abajo. Los jefes del Austral y del Poniente eran los últimos que quedaban por marcharse. El anciano soberano miraba fijamente el Gran Cristal.
-          No creo que fuera un cumplido, Évenor- intervino Clitana.
-          ¿Eh? ¡Oh! ¿En verdad no lo era? Bueno, querida hermana soberana, me temo que debo marcharme. El Gran Cristal está cansado de tanta charla, será mejor dejarlo descansar para mañana.
-          Ay, anciano, qué cosas tienes últimamente. ¿Cómo va a estar cansado un cristal?
-          ¿Eh? ¡Oh! Pues, ¿cómo no va a estarlo? Piensa, hija, piensa, si tú hubieras estado doscientos años aguantando las palabras de soberbia de ‘’ciertos’’ gobernantes sin poder intervenir, ¿no estarías cansada?
-          ¡De verdad qué cosas dices, viejo bromista! Sí, yo también estaría cansada, ciertamente.
-          ¿Sabes, querida hermana? Creo que la causa de que el Velo Sagrado se esté debilitando es la soledad del pobre Gran Cristal. Debe ser duro llevar tanto tiempo separado de tus hermanos.
-          ¿Entonces apoyas la postura de Mestor, abuelo? ¿Crees que deberíamos recuperar los cristales esparcidos?- preguntó extrañada.
-          ¿Eh? ¡Oh! No, no, por supuesto que no. Esos no son los hermanos del Gran Cristal. Los cristales que mencionas deben quedarse donde están, para proteger la tierra y alegrar la vida de las personas.
-          ¿Entonces?
-          Ay, querida Clitana, seguiría hablando horas y horas, pero desgraciadamente debo marcharme, mis más sinceras disculpas. Venid mañana al rayar la aurora conmigo para darle los buenos días a nuestro Gran Cristal y continuaremos el coloquio. Pasad buena tarde- dijo el anciano sonriendo mientras se dirigía a las escaleras.
-          Está bien, anciano. No aburras a mucha gente por el camino con tus historias
-          ¿Eh? ¡Oh! Por supuesto, por supuesto. Aunque debéis admitir que mis historias os fascinan.
-          En verdad así es, soberano del Austral atlante- dijo mientras hacía una reverencia burlesca y reía.


Los últimos rayos asomaban por el Poniente atlante. Clitana aprovechó la ocasión para observar la gran belleza del sol del crepúsculo cubriendo con su manto anaranjado las tierras que estaban bajo su poder. Cuando era pequeña y visitaba con su padre la capital,  a menudo subían al monte del Gran Cristal para mirar al horizonte y disfrutar del suave calor de los rayos crepusculares en sus pieles morenas.
-          Y ahí está otro día más, como decías padre, el gigante de oricalco que nos concede la vida con su rojizo reflejo y adormece nuestra ira con sus cálidas caricias…
________________________________________________________________
-          ¡No es justo! ¿Por qué?
-          Claro que es justo, has llegado tarde, así que acabarás tú lo que queda, y por tu bien, jovencito, espero que mañana por la mañana esté todo perfectamente listo para la ceremonia.
-          ¡Pero…!
-          No hay peros que valgan, ya me has oído- dijo el hombre girándose en dirección a la puerta del templo para salir.
-          S-señor Alcalde, yo…
-          ¿Mmm? Sí, Gadiro, dime.
-          ¿P-podemos quedarnos Ilia y yo para ayudar a Lander? Si lo hacemos entre los tres acabaremos antes y no nos cansaremos tanto.
-          Gadiro…- Lander se sorprendió.
-          Si no os importa quedaros, me parece bien. ¿Has oído, Lander? Tus amigos se quedan para ayudarte, pero como me entere de que han trabajado ellos más que tú…
-          ¡Au! Vale, vale, lo he pillado, aparte ese bastón de mí.
-          Ilia, no tardad mucho, tenéis que descansar para mañana, y sobre todo tú. Supongo que madrugarás para vestirte y prepararte. No os acostéis tarde.
-          Claro, señor alcalde, no se preocupe, lo que queda lo acabaremos entre los tres en un periquete- dijo sonriendo.
-          ¡Tres no, somos cuatro! ¡Yo también me quedo, hermanito!- intervino rápidamente la pequeña saltando.
-          No, Luna, tú vuelve a casa con papá.
-          ¡Pero yo quiero quedarme! Puedo cantar para que estéis más alegres mientras termináis.
-          Te vuelvo a decir que no. Es tarde, Luna, y papá está solo el pobre. Tienes que ir a hacerle compañía hasta que llegue yo, ¿entiendes? Además, esta mañana le has prometido a Ilia que le harías una corona con el pedazo de guirnalda que has cortado.
-          ¡Es verdad, hermanito! Lo siento, Ilia, se me había olvidado, y es verdad que papá está solito. No puedo quedarme, ¿me perdonáis?-dijo triste Luna.
-          ¡No hay nada que perdonar, tonta! ¿Cómo nos vamos a enfadar con lo buena que eres? Ve, corre, que tienes que hacerle compañía a tu papá y acabarme la corona.
-          C-claro, Luna, no te preocupes. Mañana puedes estar todo el día con nosotros.
-          ¡Gracias, chicos! Hermanito, tus amigos son muy buenos contigo, así que pórtate bien- sonrió- ¿Vamos, señor alcalde?
-          Vámonos, Luna, y dejemos a estos tres que acaben. Hasta mañana, jóvenes. No tardéis mucho.
-          ¡Adiós a todos, adiós! ¡Que el Gran Cristal os proteja!
-          ¡Hasta mañana, Luna!
-          Luego nos vemos en casa.
-          ¡A-adiós, Luna!-dijo Gadiro mientras la niña salía del templo de la mano del alcalde.
-          Muchas gracias, chicos. Si no hubierais dicho de quedaros, sólo de pensar en que tendría que acabar yo todo esto, me habría tirado al río.
-          Dale las gracias a Gadiro, que es al que se le ha ocurrido.
-          ¿T-te ha molestado, Ilia?
-          ¡Para nada! Iba a quedarme igualmente, sé que este zopenco no puede hacer nada bien sin mí. Son ya muchos años juntos, lo conozco como si fuera hermano mío.
-          Si no me hubieras dicho zopenco, habría sido la primera frase agradable en todo el día que me dedicas.
-          Dedícale a tu mano derecha una escoba y a tu izquierda un recogedor, y pongámonos manos a la obra. Cuánto antes acabemos, antes podrás irte a casa a practicar con la espada, como has dicho esta mañana. ¿No es eso lo que querías?
-          ¡Por supuesto! Si acabamos esto antes de que pase una hora, os invito a los dos a tomar pan de pipas en mi casa. Lo iba a hacer mi padre esta tarde, así que esta noche aún estará blando y perfecto para comer. ¿Manos a la obra, entonces?
-          ¡SÍ!- gritaron alegres Ilia y Gadiro.




El último rayo de sol escondió su brazo tras las montañas del Poniente atlante. Clitana se había sentado frente al Gran Cristal para tener mejor panorámica de la isla. La oscura noche había inundado el cielo y las primeras estrellas comenzaban a emitir sus intermitentes destellos. La mujer se levantó del suelo y se sacudió las manos. Cuando iba  a dar el primer paso hacia las escaleras que descendían se paró en seco.
-          ¿Qué ha sido es sonido? ¿Música?-dijo mientras se giraba para mirar.
Una dulce melodía procedente del Gran Cristal llamó su atención. La tenue luz que emitía el mineral aumentaba o disminuía conforme las notas sonaban, siguiendo el ritmo del suave sonido que desde él fluía hacia Clitana.
-          Conozco esa melodía… cuántos recuerdos se acumulan en mi mente… madre…hermanos…padre…
Clitana cayó al suelo de rodillas. Las notas de la canción poco a poco fueron adormeciéndola hasta sumirla en un profundo sueño. El Gran Cristal emitió una rosácea luz que envolvió el cuerpo de Clitana.
-          Soberana del Poniente por legado divino, despertad ya- dijo una profunda voz que resonaba por todas partes.
-          …¿Mmm? ¿Dónde…? ¡Ah, mi cabeza…! ¿Dónde estoy? ¿Quién me llama?- dijo Clitana sujetándose la frente a causa del dolor.
-          Sois Clitana, soberana del Poniente atlante.
-          Sí, así es…ah… Pero, ¿dónde estoy? ¿Por qué es todo tan luminoso y blanquecino?-dijo entrecerrando los ojos por la fuerte luz.
-          Soy la voz que mora en el interior del mineral al que llamáis Gran Cristal.
-          ¿La voz? Es decir, ¿eres un ser vivo?
-          Necesito vuestra ayuda. Despertad a mis hermanos cuanto antes para facilitarle la empresa a la elegida. No tardará en recibir su destino.
-          ¿Que despierte a tus hermanos? Évenor habló de los hermanos del Gran Cristal, al final resulta que el anciano no dice tantas tonterías.- miró hacia delante buscando a quien responder- ¿Dónde están tus hermanos?
-          Despertadlos cuanto antes, soberana del Poniente. Atravesad la barrera protectora hacia el exterior y despertadlos.
-          ¿Cómo? Me es imposible. El Velo Sagrado impide que…
-          Os entregaré un obsequio que os permitirá traspasar mi manto protector libremente, cuidadlo, pues en manos equivocadas destruiría el mundo.
-          ¡Pero contesta a mis preguntas! ¿Cómo llegaré a tus hermanos? ¿Cómo podré…? ¿Eh? ¿Qué me pasa? Mis ojos…  Me duermo…
-          Daos prisa.
Clitana abrió los ojos. Se encontraba de pie frente al Gran Cristal. Ya no oía la voz y la música había dejado de sonar. El mineral emitía la misma tenue luz de siempre, imperturbable. Notó calor en su pecho y se llevó las manos a la garganta.
-          ¿Pero qué…? ¿De dónde ha salido este medallón?



-          ¡Uff! ¡Por fin hemos terminado!
-          V-voy a sacar los restos de basura que hemos recogido, ahora vuelvo- dijo Gadiro con un saco enorme en los brazos mientras salía del templo.
-          Muy bien, te esperamos cerrando esto- se giró hacia el cristal- ¿Qué te pasa, Ilia?
La joven miraba muy fijamente el pequeño cristal incrustado en el altar del templo, como hipnotizada por el rojizo reflejo. Se dio la vuelta hacia el joven y le preguntó.
-          ¿No lo oyes, Lander?
-          ¿El qué?
-          Dice que tengamos cuidado.
-          ¿Pero quién? Yo no oigo nada- dijo extrañado.
De nuevo Ilia miró el cristal. El gesto de serenidad que parecía haber adquirido por la contemplación del mineral se contrajo y el miedo le recorrió el cuerpo.
-          ¡Lander, tenemos que ir al pueblo deprisa! ¡Todos están en peligro!
-          ¿Cómo? Pero, Ilia, ¿qué dices? ¿Cómo lo sabes?
-          ¡C-chicos! ¡Hay fuego en el pueblo!- gritó Gadiro al entrar.
-          ¿¡Fuego!? ¡Ilia, tenías razón! ¡Vayamos deprisa!
Cuando Lander se disponía a atravesar el umbral del templo, chocó contra una fuerza invisible que le impidió avanzar y lo hizo retroceder bruscamente.
-          ¡Aah! ¿¡Pero…!? ¿Qué diantres pasa? ¡No he podido salir!- dijo dolorido en el suelo.
-          ¡M-mirad el cristal! ¡Está brillando!
El mineral emitía fogonazos de luz que cubrían las paredes de todo el templo, encerrando a los tres jóvenes a modo de pecera. Las puertas del edificio se cerraron de un portazo y el suelo que rodeaba al altar comenzó a resquebrajarse. Las losas de mármol se hundían hechas añicos dejando un hueco por el que se podían ver unas escaleras que descendían en espiral. Gadiro e Ilia se acercaron y se asomaron.
-          ¿Q-qué hacemos, Ilia? ¿Deberíamos bajar?
-          Al final sí que hay un piso subterráneo, como decías el otro día. Por la puerta no podemos salir, así que sugiero que bajemos. Debe haber una segunda salida.- Miró hacia la puerta- Lander, bajemos por si hubiera otra puerta.
-          ¡Mi padre, mi hermana y toda la gente del pueblo está ahí fuera! ¡No sabemos cómo están!
-          ¡Por eso, Lander! ¡Si nos quedamos aquí esperando a que se abra la puerta, puede que sea demasiado tarde! ¡Busquemos la salida!
-          ¡Pero…!
-          I-Ilia tiene razón, aquí no somos de ayuda. S-seguro que no pasa nada grave y en seguida lo solucionan. Y-ya ha habido otros incendios y siempre los han sofocado.
-          Gadiro tiene razón. Vamos, Lander. Siento que debemos bajar.
-          Está bien, vamos. Dejad que yo vaya delante- dijo mientras desenvainaba su espada- ¡Vamos!
Los tres jóvenes se dirigieron al hueco y comenzaron a descender. El principio del camino estaba lleno de los restos de mármol que se habían desprendido del piso superior y, gracias a la luminosidad de la luz del cristal, estaba alumbrado. Conforme avanzaban, la oscuridad iba abriéndose paso. Se agarraban de las manos y caminaban con cuidado para no tropezar. Se percataron de que llegaban al final de las escaleras por una luz dorada que asomaba por las rendijas de un muro.
-          ¿Y ahora cómo pasamos al otro lado?-preguntó Lander- No se ve ninguna palanca ni  polea de la que tirar.
-          Mmm…
-          ¿Qué pasa, Gadiro? ¿Sabes cómo cruzar el muro?
-          N-no lo sé seguro, pero, si este muro es lo que pienso…- se acercó a la pared y la palpó con las manos- T-tiene relieves.
-          ¿Sirven de algo?
-          ¡Lander!
-          ¡Auuch!
-          Gadiro, ¿crees que puedes abrir el muro?
-          S-si es el tipo de muro que creo que es, puedo probar a abrirlo, pero no garantizo conseguirlo- dijo el chico buscando algo entre los relieves de la piedra- ¡A-aquí! A ver, ‘’una mirada hacia el Septentrión, un guiño hacia el Austral, un vistazo a Poniente, un…’’
-          ¿Qué está diciendo?
-          Creo que es algo relacionado con las regiones de la isla Atlántida- contestó Ilia.
-          ¿Y servirá para alg…? ¡Auch!
-          ¡Calla, hombre, que lo desconcentrarás! ¿No ves que está girando algo del muro según los puntos cardinales que menciona? Primero lo ha girado para arriba, el Septentrión o Norte, después para abajo, el Austral o Sur- explicó.
-          Entiendo, entiendo. Pues como al final no sirva, se habrá pasado un buen rato girando para nada.
-          ‘’Y no te despidas del cristal si no le has echado un buen ojo al Austral’’. Y-ya está.
-          Pues yo no veo que… ¡Uooh! ¡el templo tiembla!
Cuando Gadiro terminó de girar el círculo de piedra, una sacudida hizo temblar a toda la estructura del edificio. Segundos más tarde el muro de piedra retrocedió hacia dentro de la estancia que ocultaba y cayó al suelo produciendo mucho ruido. Los tres se aproximaron al agujero que había dejado el muro tras caer y miraron dentro. Una gran estancia rectangular se extendía frente a ellos. Dos filas de columnas de mármol pintado aguantaban el techo de la sala. Todas las paredes estaban recubiertas de mármol tallado con incrustaciones de otros materiales. Al final se encontraba sobre un altar de piedra un instrumento de cuerda que emitía luz dorada.
-          ¡Vaaaayaaa!- dijo asombrado Lander- Así que es esta la causa de la luz que se veía por las rendijas del muro.
-          ¡Q-qué instrumento más bonito! Es… Es una…
-          Una lira- dijo Ilia acercándose al altar.
Cuando Ilia fue a cogerla, ésta se elevó y se irguió frente a la joven. Seguidamente unos grabados que había por toda la sala comenzaron a brillar.
-          ¿¡Qué es eso!?
-          E-es la lengua de los hijos del mar. M-mi abuela me la enseñó cuando era pequeño, pero aún la recuerdo.
-          ¿Puedes traducir lo que dicen los grabados, Gadiro?- dijo Ilia sin apartar la mirada de la lira.
-          C-creo que sí. ‘’A esta nuestra morada has llegado, elegida a portar el arcano legado. Toma la reliquia en tus manos, sacerdotisa de la raza humana, nuestros hermanos, y despierta a los hijos que duermen desde tiempos pasados. Libra al mundo del yugo del poder oscuro, vuestro verdugo, y volverá a estar seguro. A lejanas tierras te dirigirás y con la arcaica melodía las purificarás. Marcha, pues, paladín de lo sagrado, y que el oscuro imperio sea derrotado’’.
Los grabados de las paredes dejaron de emitir luz, al igual que la lira, que cayó en las manos de Ilia. El grotesco altar de piedra en el que momentos antes había estado apoyada la lira se desvaneció como si fuera una ilusión óptica dejando ver que tras él había una puerta que conducía al exterior.
-          ¿Entendéis todo lo que acaba de pasar?-preguntó Lander.
-          C-creo que la elegida que mencionan los grabados eres tú, Ilia.
-          ¡Claro! ¡Por eso le ha caído a ella la lira! ¿No decía el poema algo de una reliquia vieja o algo así? ¡Puede que se trate de esa baratija!
-          Lander…- dijo con una serena mirada.
-          ¡No me pegues, lo retiro, lo retiro! No es una baratija, es preciosa- dijo moviendo los brazos velozmente.
-          Lander, creo que Gadiro tiene razón. Creo que soy la elegida de la que hablaban los grabados. Sospechaba algo cuando el templo nos encerró en su interior.
-          ¿Y-y eso, Ilia? ¿Y-ya lo sabías?
-          No, por supuesto que no. Pero, veréis, llevo varios días teniendo sueños extraños. Sueño que canto frente a un espejo, y, cuando termino, éste se rompe en mil pedazos que caen sobre un planeta completamente quemado. Cuando los cristales caen a la tierra, los campos quemados florecen. He tenido ese sueño cada noche desde hace una semana. Pensaba que era porque estaba nerviosa por la ceremonia del cristal, pero antes, cuando nos quedamos encerrados y el cristal me habló…
-          ¿E-el cristal te habló?
-          ¡Ah! Por eso yo no oía nada. No sabía a quién ni a qué te referías cuando me decías ‘’¿Lo oyes?’’
-          No sabía en ese momento que era el cristal, pero me daba la sensación de que lo era.
-          T-todo esto es fascinante. Q-quien iba a decirlo, en nuestro propio pueblo…
-          ¡El pueblo! Tenemos que salir para ver cómo está la situación.
-          Tienes razón, Lander, vayamos.
Los tres se dirigieron a la puerta que había quedado tras la desaparición del altar de piedra. Lander y Gadiro cruzaron el enorme hueco de la pared, pero Ilia se detuvo encima de la losa de mármol que había justo antes de salir y miró al suelo.
-          ¡Vamos, Ilia! ¿Por qué te paras?
-          Es que… Estos símbolos de l suelo… ¿No son como los de las paredes?- preguntó mientras los dos jóvenes se acercaban.
-          T-tienes razón, es la lengua de los hijos del mar. ¿Q-queréis que lo traduzca?
-          Sí, por favor.
-          V-vale. ‘’ Elegida, haz las cuerdas sonar y recibe de nosotros el cantar’’. Prueba a tocar la lira, Ilia.
-          Está bien, vamos a ver.
La joven elegida rozó con las yemas de los dedos las ocho cuerdas del instrumento a modo de caricia. La música que produjo hizo que los grabados del suelo se iluminaran y de ellos fluyó  un aura dorada que rodeó a la muchacha. Una dulce melodía comenzó a sonar y la joven siguió cada nota a la par, ocasionando con cada punteo de cuerda un mágico destello azul.
-          Es increíble, ¿verdad? Ilia parece una diosa mientras toca el arpa.
-          L-Lander, creo que se llama lira, no arpa.
-          Eso, eso, la lira. ¡Qué música tan dulce y alegre! ¡Tiene que dar vida hasta a las piedras!
La muchacha paró de tocar. El aura que la rodeaba se disipó y los símbolos del suelo se apagaron. Lander y Gadiro se acercaron a la joven emocionados.
-          ¡Vaya, Ilia! ¡Qué pasada! Se nota que eres la elegida, eso no lo hace cualquiera.
-          ¡S-sí, Ilia! Has tocado muy bien, parecía que lo supieras hacer desde siempre.
-          Pues la verdad es que nunca antes había tocado ningún instrumento. ¿Habéis visto lo bonito que ha sonado? Luego se la enseñaré a tu hermana, Lander. Seguro que le encanta- dijo sonriente.
-          Seguro que sí. Vámonos ya a enseñársela, se pondrá muy contenta.
-          ¡Claro, vayamos!- dijo Ilia levantando enérgicamente los brazos.
-          U-una cosa…
-          Dime, Gadiro.
-          ¿Cómo se llama la melodía?
-          ¿Eh? Yo no había pensado en que pudiera tener un nombre. ¿Tú sí, Ilia?
-          Cantar del despertar- dijo convencida.
-          ¡Ah, vale! Queda bonito, ¿se lo has puesto tú?
-          No, qué va, pero algo me dice se llama así. No sabría decirte el qué.
-          S-suena bien, el Cantar del despertar.

1 comentario:

Un granito de arena contribuirá a construir poquito a poquito una gran montaña :)